domingo, 14 de febrero de 2010


"Cuando el hombre se mira mucho a sí mismo, llega a no saber cuál es su cara y cuál es su careta."
Vivimos nuestras vidas sólo para nosotros. Pocas veces nos preocupamos realmente por quienes están a nuestro alrededor, excusandonos con tener nuestros propios problemas. En ocasiones nos gusta sentir que podemos ayudar, y mirar fugazmente hacia el mundo, pero sólo es para aliviar nuestras culpas. Nos gusta hacer lo correcto sólo porque nos hace sentir bien. La gente actúa bajo agradecimientos que aumentan el ego. Simplemente eso, no hay otro motivo. Y pese a eso, esperamos ser socorridos cuando estamos en un mal momento. Eso nos hace sentir queridos. Pero no nos detenemos a pensar si uno mismo lo haría, ¿ayudarías realmente a otra persona? ¿lo harías sin obtener nada a cambio? Eso es el egoísmo, hacer el bien por satisfacción personal, para complacer a nuestra conciencia, alimentar a nuestro ego. Dicen que no hay verdadera felicidad en el egoísmo, pero en el siempre podemos refugiarnos, en nuestro pequeño gran mundo. En nosotros. En vos. En mi. Yo, yo, yo. Nada más, nadie más. Soy lo único que me importa, yo soy el dueño de mi destino; yo soy el capitán de mi alma, soy. Soy, soy, soy, soy. Lo único. En mi mundo existo yo, y las personas que me acompañan a MI. Mi, mi, mis, mis, mi. Hay tantas cosas por las que preocuparse, que sólo con las mias me bastan. Yo, mis cosas, mi egoísmo.
"A la luna me gustaría ir para ver como es el mundo sin mi."

Y así, cada día, cada persona se despierta cada casa, y continúa con su sinfín de preocupaciones
[por supuesto, solo las suyas].

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