sábado, 20 de febrero de 2010


Naranja, ese era el color de su cabello. Un color intenso que, bajo el rayo del sol, practicamente parecía fuego. Estaba de espalda, apenas lo podía ver de perfíl contra la orilla del mar. Era exactamente como cualquier otro pelirrojo, lo único que lo diferenciaba de aquellas rojas cabezas eran las marcas en su cuerpo; los aros y tatuajes en sus brazos y orejas. No se parecía en nada a lo que yo buscaba. Siempre había soñado con un hombre sexy, que hiciera los quehaceres y que fuera dulce; además, siempre había considerado a los pelirrojos como personas feas. Toda mi vida quise tener la familia perfecta: tener hermosos hijos, una gran casa y un lujoso auto que nos permita ir a todas partes. Nunca había existido otra vida en mis pensamientos. Pero [no se decir porqué] algo en mí había cambiado en mi ese día. Comencé a imaginar una vida normal, con una familia que no necesariamente tenía que estar compuesta por pequeños niños con ojos celestes. Sino una vida con niños con lindos ojos color castaño, una casa humilde y un auto cuyo único requisito fuera tener cuatro ruedas. Y aún así, una vida feliz, sin tantas posesiones materiales. Lo miré, el pelirrojo estaba ahí pensativo, solo que ahora me miraba; y supe que ese era el camino que seguiría. Simplemente me acerqué a él, y supe que permaneceríamos juntos.Los años siguieron su paso: un anillo de bodas, una nueva vida en el vientre, una torta de primer cumpleaños.

Ahora somos ancianos, y sus manos cubiertas de pecas ahora también lo están de arrugas. Y de aquel rojo cabello, solo ha quedado el recuerdo.

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