jueves, 1 de abril de 2010

- La atrajo hacia sí, de modo que quedaron de rodillas frente a frente.
- Oye, cuantos más hombres hayas tenido más te quiero yo. ¿Lo comprendes?
- Sí, perfectamente.
- Odio la pureza, odio la bondad. No quiero que exista ninguna virtud en ninguna parte. Quiero que todo el mundo esté corrompido hasta los huesos.
– Pues bien, debo irte bien, cariño. Estoy corrompida hasta los huesos.
- ¿Te gusta hacer esto? No quiero decir simplemente yo, me refiero a la cosa en sí.
– Lo adoro.

Esto era sobre todas las cosas lo que quería oír. No simplemente el amor por una persona sino el instinto animal, el simple indiferenciado deseo. Ésta era la fuerza que destruiría al Partido. La empujó contra la hierba entre las campanillas azules. Esta vez no hubo dificultad.

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