jueves, 16 de junio de 2011

Perfectos cromosomas

Llega él. Hace meses lo vi por primera vez, y desde aquel momento es producto de mi debilidad. Probablemente ya lo sabe, por lo que no me molesto en disimularlo. Lo miro tal vez demasiado fijo, y sin embargo no me avergüenza, simplemente lo hago porque el tiempo parece pasar más rápido cuando está cerca de mí… más claro, más luminoso, o sólo más lindo. O quizá sin darme cuenta lo hago por el simple hecho de que es hermoso. Me dijeron lo contrario, sí, me dijeron que era uno más, pero en mi interior algo suena de manera estridente al verlo. Alguna loca alarma biológica que no para de sonar hasta que no poso mis ojos en los suyos. Algo me distrae y pongo mi atención en otro asunto, cosa que no suele pasarme cuando estamos cerca.

Se acerca. No levanté la mirada, pero escuché sus pasos, y una pequeña risa que dejó escapar por un comentario pasajero. Se agacha hasta llegar a mi altura. Yo, sentada en el piso, él, en cuclillas sonriéndome. Aleja la hoja que tengo en las manos. Me pregunta como estoy. Le sonrío. No sale una palabra de mi boca. No es necesario. Se sienta a mi lado y me empieza a hablar. Nada importante, pequeñas cosas a las que pinta de colores haciendo los más maravillosos relatos. Le contesto, mi cerebro no es capaz de entender que es lo que le digo, sólo intenta mantener la conversación para poder escuchar su voz. Un poco ronca, un tono un tanto característico y un dejo aniñado en ella. Lo escucho, lo miro, lo siento. Vuelvo a aspirar su aroma, su perfume, el olor al cigarrillo que acaba de apagar. Le hago un chiste y simulando un enojo me da un pequeño pellizcón en la cintura. Me río y comienza a hacerme cosquillas. Se me pone la piel de gallina. Sus manos están un poco ásperas; trabaja en un depósito y hace el “trabajo pesado”. Aun así, ese mínimo contacto da vuelta mi mundo. Capturo el momento con mi mirada, y escucho el sonido de nuestras risas.

Se detiene. Su mirada se cruza con la mía. Noto que tiene pequeñas pintitas de un marrón más oscuro en los ojos. Un rizo se desliza por mi mejilla, y su mano lo quita delicadamente posándolo detrás de mi oreja. Conserva su mano sobre mi rostro por tal vez sólo un segundo de más y la retira suavemente, dándome una pequeña caricia. El corazón parece querer salir de mi pecho. Me pregunto si fue un acto inconsciente o si realmente me acarició. No lo sé.

Nos llaman. ¿Será que son necesarias las interrupciones en la vida, o serán por molestar? Nos damos vuelta los dos, un tanto avergonzados de ese pequeño momento de intimidad. Mirar a los ojos puede ser incluso más personal que miles de palabras dichas. Escucho lo que nos dicen. Siento bronca, no es importante. Él escucha con un poco más de atención y finalmente se levanta, yéndose con solicitaba nuestra atención. Me sumerjo nuevamente en la lectura.

Pasaron varios minutos. Sigo leyendo, pero en el fondo es una simple excusa que me pongo con la esperanza de que se acerque nuevamente. Espero. Sigo esperando. Ya pasó más de media hora, junto mis cosas y me paro para irme. Doy un saludo general y me voy sin más. Salgo de la sala. Hace frío, hay más viento de lo que creía. Camino tranquila, inclinando la cabeza hacia el cielo. Está nublado, y el panorama es un tanto deprimente, un poco gris. Sin embargo amo los días de otoño, y admiro su belleza como si fuera el más cálido de los días. Me llaman…

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