viernes, 2 de diciembre de 2011


Yo espero, y como no tengo nada mejor que hacer, me pongo a observar a la gente. Me gusta mucho hacerlo.

Una nieto le da a su abuela 2$, orgulloso de tener su plata. Ella va al quiosco y vuelve con dos helados, uno para él y el otro para su amigo o su primo, quien fuera. Él se lo come y le sonríe, creyendo que realmente le alcanzó eso con su plata (pobre iluso, no sabe lo que es la sociedad capitalista actual). Se queda tranquilo con su abuela mientras que el otro nene sale corriendo y se niega a hacer caso, ante lo que la mujer le dice dos palabras con tono amenazante y el niño vuelve como perro arrepentido:

-Vení acá.

(Increíble lo que se puede lograr con un tono de voz)

A todo esto un padre, apoyado contra la puerta de su auto, mira indeciso las dos puertas del edificio. ¿Salía por esta, o por aquella? No recuerda, y se acerca para divisar a su pequeña cada vez que se abre una de las dos. Finalmente, la nena sale por la puerta de su izquierda. Es hermosa, tiene los mismos ojos grandes y verdes que él. La saluda con un beso estruendoso en la mejilla y le dice:

-¡No me acordaba por dónde salías!

(Me sonrío para mí misma al ver que estaba en lo cierto, y que sin dudarlo me encontraba en iguales condiciones, al no saber ni el lugar ni el horario por donde tenía que agarrar a mi pollo móvil)

Detrás de la nena salen dos alumnos que, según mis sospechas, eran de primer grado. Los dos regordetes y de cara redonda. Uno rubio, otro morocho. Y ahí, en medio de la puerta, sin importarles el estar obstruyendo el paso, se ponen a intentar subirse a caballito uno encima del otro. Eso, claro, era prácticamente una misión imposible, ya que además de sus condiciones físicas y su falta de técnica (oh, el arte de subirse a caballito), ambos tenían las mochilas puestas, que por cierto eran más grandes que ellos mismos. Después de un rato, orgullosos de haberlo logrado, llaman a una compañera, que viene junto con su amiga:

-¡Martina, mirá lo que hacemos!- los nenes hacen su pirueta torpemente, aún con las mochilas a los hombros.

Martina se ríe, es bajita y tiene cara de nena. Su amiga, los mira con maldad y le dice al que estaba abajo:

-A vos no te levanta nadie, ni un elefante. - (sí, todos sabemos que pequeñez va de la mano con crueldad)

-¡Qué no!- los nenes al unísono.

Tiran las mochilas al piso y efectivamente, el gordinflón es levantado por su amigo.

(Sonreí por ellos, se reían y no les importaba, se divertían haciendo lo suyo. No les importaba la amiga de Martina y sus comentarios filosos)

A mi derecha, un nene se mete un dedo en la nariz con total impunidad. Lo miro, me mira. ¿Sintió vergüenza? Claro que no, arremetió contra su fosa nasal más fuerte que nunca.

A todo esto, madres, abuelas, hermanos y demás, caminan nerviosos a lo largo de la cuadra, preguntándose si llegaron a tiempo. Una mujer habla por teléfono diciendo algo alterada que ella no es una mala persona y que no hizo nada malo. ¿Qué planteo le estarán haciendo? Me intriga. Mientras pienso eso se me cruza un varón no mucho más grande que los anteriores gritando "Florencia es una forra" delante de su madre, que lo mira y no le dice nada.

Yo sigo mirando, espero, espero. Entre tantas caras de ansiedad me empiezo a preguntar... ¿habrá salido y yo me distraje? Me canso y entro. Está de la mano de la seño y me sonríe. Ya no importa tanto si me olvidé o no.


That’s all.

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