lunes, 1 de marzo de 2010

Soñé. Soñé. Soñé. Soñé una de las cosas más feas de mi vida, y sin embargo no fue una pesadilla. Soñé que mi perro, mi mascota, mi amigo en cierta forma, era sacrificado. Lo observaba hasta que se esfumaba cada signo de vida, y tomaba su pequeño cuerpo en mis brazos. Lo llevaba llorando hasta mi cuarto, donde lo apoye sobre mi cama y me acosté al lado de su cuerpo inerte. Lo acariciaba, y le decía que nunca lo dejábamos subirse ahí, pero que ya no importaba, que lo quería. Y me desperté, y me acordé de cuanto me importa ese animal. Te amo mi perro.

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