miércoles, 13 de febrero de 2013

Los besos, el olor a pasto recién cortado, a libro nuevo, la comida de la abuela, ese shampoo que tiene olor a verano, el viento en la cara, el borracho de enfrente tocando la guitarra, canciones viejas, canciones nuevas, el ruido de mi vieja abriendo la puerta de casa, el sol en las vías del tren, el ladrido de mi perro y el motor del auto de mi viejo. El lunar de mi mejor amigo, los cuatro viejos que caminan por la plaza, los vecinitos que tiran pirotecnia en año nuevo, un tema de Charly tirado en el pasto, la marihuana, los colores, hablar a gritos en un boliche, la gente que lee en los colectivos, la voz de Baglietto en las mañanas hace años, el tobogán del jardín, acostarse en Plaza Francia, los orgasmos, hablar con desconocidos, reírse solo. Caminar, las calles de Ranelagh en otoño, temblar por Capital en pleno invierno, escuchar al tipo que toca la trompeta en el negocio que vende muebles, el auto oxidado a dos cuadras, el rosal de la casa de mi abuelo, el cuadro de Chaplin y de los Tres Chiflados, las películas de Woody Allen, las chicharras, los desayunos abajo del sauce, la textura de las cicatrices, las manos de mujer, la espalda de los nadadores, el negro Dolina en la radio, las historietas, mirar a los ojos, reírse hasta llorar y lo mismo al revés, los recitales de Fito Paez, la ruta a la noche, la mermelada casera, los tipos del taller, el rincón donde nos sentábamos siempre, y un montón de cosas más. 

2 comentarios:

  1. La gente reclama tu regreso. Se lo debés a tu público.

    Se lo debés a esa señora que todas las tardes, a eso de las cinco y media (o seis menos veinte para ser más exactos), busca esa lectura que la acompañó durante tanto tiempo. Esa señora, que con sus pobres conocimientos tecnológicos, prendé la computadora, abre Internet Explorer y que teclea, usando únicamente el dedo indice de cada mano, la dirección de su blog favorito. Esa señora, que se llama Carmen, o Mabel, a veces Estela, casi siempre Mirta, aunque muchos la conozcan como Norma, y otros la llamen Elsa. Esa señora, que con el correr de los meses, está perdiendo la esperanza de encontrarse con nuevas lineas, y llora. Nuevas lineas de esa autora, que en algún tiempo escribía los textos que la hacían feliz.

    La pobre, lejos de su veranos gloriosos, ya tiene setenta y largos. Setenta y quince. Ella ya no sabe si al otro día podrá levantarse para, una vez más, poner a prueba su fe, su esperanza. Aww, poetita :(

    ResponderEliminar

Opiniones, cerezas y champignones.